miércoles, 13 de diciembre de 2017

Lecciones de las transiciones


Algo hay que aprender de la historia de la primera transición sobre los movimientos sociales y el proceso democrático. La presión de los movimientos trajo el cambio de la dictadura al sistema electoral vigente, pero cuando esa presión era más fuerte, en 1976, es cuando el sistema convocó un referéndum –con Adolfo Suá­rez–. Para que no pudiera seguir creciendo la fuerza acumulada de los mismos, para que al Gobierno no se le fuera de las manos el poder que aún mantenían. Los pactos de La Mon­cloa y de la Constitución del 78 desmovilizaron a los movimientos sociales –sindicales, vecinales, etc.– y orientaron toda la acción política hacia los juegos electorales de los partidos, los parlamentos y los ayuntamientos.
 Sobre todo los ayuntamientos desde 1979 incorporaron a los dirigentes de muchos movimientos, vaciando a estos de sentido, pues ya se gestionaban las necesidades sociales desde los partidos y sus alianzas. Pero aún más, cuando, en los 80, renace el movimiento contra la OTAN, o las luchas sindicales de CC OO y UGT, todo esto se vuelve a frenar con otro referéndum –con Felipe Gonzá­lez– que de nuevo autolegitima los pactos de Estado con el  capital y la hegemonía USA-Alemania. Estas desmovilizaciones sociales las pagarían caras, primero los sectores populares perdiendo sus derechos, pero también el PCE descomponiéndose y luego el PSOE perdiendo el gobierno.
Si los partidos de la derechona no le hacen caso a los empresarios y financieros no duran mucho en los gobiernos. Si las fuerzas alternativas no escuchan ni se basan en los movimientos sociales, tampoco duran mucho. Es una lección que podemos recordar para analizar la situación actual de esta nueva transición. Espero que esta generación no sea tan torpe como la nuestra, y no cometa los mismos errores. Los movimientos del 15M y las mareas no son sólo un punto de partida para el cambio, sino una metodología innovadora para poder construir procesos de larga duración, que van más allá de los movimientos y los partidos clásicos. Y esta novedad de los movimientos es lo que cabe aprovechar para nuevas formas democráticas.
 Tienen razón quienes recuerdan que la contradicción es sobre todo entre los de abajo y los de arriba y no tanto ideológica –en el sentido de la línea de partidos–. Pues lo que hemos vivido es que los ‘grupos motores’ de las comisiones del 15M o de las mareas de diversos colores se juntan para actividades y procesos muy concretos, no tanto para defender alguna teoría dominante o a algún partido o bandera que se creyese vanguardia de alguna estrategia. El que hayan aparecido Podemos o las candida­turas unitarias para los municipios no es más que lo más visible de lo que hay por abajo, y que en estos dos años electorales ha emergido. No es para siempre, es sólo lo más visible de un gran trasfondo generacional ante una crisis que va durar años.

Puede volver a pasar lo que en la transición ya vivida por la generación anterior, si sólo se ve lo electoral y gestiones de los partidos sin ver la creatividad social de los movimientos que son su base. De nuevo puede que los sistemas plebiscitarios y electorales, que llegan a sectores medios no tan concienciados, puedan anular la creatividad y el empuje para el cambio que significan los movimientos sociales más transformadores. En la sociedad de los “tres tercios” no basta ganar municipios con apoyo electoral suficiente, sino que es preciso movilizarse con los ‘dos tercios de abajo’, pues los capitales y sus medios no van a dejar sus privilegios sin lucha. Un movimiento social tiene que hacer un análisis desde dentro y no sólo esperar a que nos analicen desde fuera –desde la academia o desde los partidos– para clasificarnos según sus intereses.
Cada movimiento ha de hacer su estrategia ‘ciudadanista’ frente a las estrategias de tipo ‘populista’ o ‘gestionistas’. Los estudios desde dentro de ‘conjuntos de acción’ que llevamos años haciendo con movimientos sociales en varios países nos confirman estos tres tipos de posibilidades. Las estrategias de tipo ‘populista’ pueden estar bien para ganar electoralmente movilizando votos de castigo, pero  dependen mucho de la credibilidad de su liderazgo y del sistema vertical de articulación que precisan. Las estrategias ‘gestionistas’ son mucho más técnicas y dependen de dar resultados aún cuando no les apoyen sectores de base, o sea, que dependen de coyunturas económicas. Una estrategia ‘ciudadanista o de base’ no se basa en que desde el ‘populismo’ –chino, venezolano o peronista– nos resuelvan los problemas y les estemos agradecidos a los poderes. Tam­poco es ‘gestionismo’ con los gobernantes, con acuerdos entre dirigentes pero sin movilizar a la población. En ambos casos la población de base no se articula entre sí, ni se organiza con cierta autonomía propia, con estrategias propias.
 Una estrategia ‘de base o ciudadanista’ de un movimiento social razona desde dentro de sí mismo, al menos desde sus ‘grupos motores’, tanto para conseguir lo antes posible sus reivindicaciones como para mantenerse vivo en contacto con sus bases que le hacen creíble. Puede aprovechar que existan coyunturas de apoyo mutuo con algún conjunto de acción ‘populista’ o ‘gestionista’, pero su pervivencia depende de su autonomía ante los poderes. Es el caso de grandes movimientos en Latinoamé­rica, como el MST –los sin tierra brasileños–, o la CONAIE –los indígenas ecuatorianos–, etc. Re­tro­­alimentar constantemente los vínculos con las bases siempre les está dando fuerza y creatividad, pero también a la sociedad a la que aportan. La construcción de lo popular, de base o ciudadanista, no es aquel populismo de un movimiento mediático, sino la construcción de auto-organización desde abajo, con trasformaciones desde lo cotidiano e inmediato, y con las demandas y estrategias claras ante los poderes constituidos.
Estos movimientos tienen además una dimensión instituyente. No sólo porque sus reivindicaciones plantean una agenda política a las autoridades, no sólo porque se autogestionen muchos servicios propios siendo ejemplo de eficiencia social, sino también porque inician un ‘camino o circuito paralelo’ de otra democracia posible y más eficiente. Más allá de las democracias representativas, o incluso de las de control de los electos, están las ‘democracias de iniciativas’. No se trata de que elijamos a los mejores para que nos representen, o de que los controlemos para que no nos fallen en sus años de mandato. Se trata de otros sistemas que se construyen en paralelo para la planificación social o para los presupuestos participativos o para la ­autogestión de servicios. Los movi­mientos hacen asambleas participa­tivas –no sólo informativas– y grupos de trabajo, talleres de auto-formación, y se deciden prioridades con creatividad social y consensos amplios. Y sólo después se eligen portavoces o veedores para el seguimiento de los acuerdos. Son encargos concretos e imperativos para una tarea, no para mandar sino para ser mandados. Otras lógicas democráticas pueden construirse en paralelo a la representación habitual y darle más fuerza al cambio que se necesita.