El
Congreso de Cartagena 2017 acabó desbordándose. En ese sentido,
mejor que otros. Pero para empezar hay que reconocer, y hacer
auto-crítica, que desde los países latinos no fuimos capaces de
organizarlo bien y a tiempo. Por eso hay que agradecer a ARNA que se
haya lanzado a plantearlo y llevarlo a cabo, con la U. Nacional de
Bogotá y otras universidades. Hubiera sido un Congreso convencional,
si no se hubiese desbordado tan creativamente.
Pero
el acto emotivo fundamental fue cuando resonaron las palmas en todos
los corazones de la sala. Tras la exposición de las compañeras
sobre lo que la "red de las mesas del rincón latino"
habíamos construido, el moderador californiano preguntó: ¿Quién
dice algo? ¿Alguna
pregunta? Muchos empezamos a golpear con la palma de la mano en el
corazón, y se formó una cadena humana paseándonos en círculo,
rodeando toda la sala, invitando en una lengua universal a todas y
todos a hacer y comprender por encima de culturas y fronteras.
Resonaba el silencio de la palabra y sobresalía el gesto y el sonido
hueco de los cuerpos, hasta que todo fue un círculo. Y en el círculo
se nombró la Red, se aplaudió, y siguió la palabra.
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